Marta Harnecker: Nuevos caminos requieren una nueva cultura de la izquierda

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Por Marta Harnecker

[Discurso pronunciado por Marta Harnecker el 15 de agosto de 2014, aceptando el Premio 2013 de Libertador al Pensamiento Crítico, otorgado por su libro, A World to Build: New Paths towards Twenty-first Century Socialism.]

15 de agosto 2014Links International Journal of Socialist Renewal – Este libro termina de escribirse un mes después de la desaparición física del presidente Hugo Chávez Frías y no podría haberse escrito sin su intervención en la historia de América Latina. Muchas de las ideas que aquí se exponen están relacionadas de una u otra manera al dirigente bolivariano, sea a su pensamiento, sea a sus acciones a nivel interno, o a nivel regional y mundial. Nadie puede dudar que entre la América latina que recibió y la América latina que dejó hay un abismo.

Por eso lo se lo dedico con las siguientes palabras:

Al comandante Chávez cuyas palabras, orientaciones y entrega ejemplar a la causa de los pobres, servirán de brújula para su pueblo y todos los pueblos del mundo, y serán nuestro mejor escudo para defendernos de los que pretendan destruir esa maravillosa obra que él empezó a construir.

Cuando triunfa en soledad, en las elecciones presidenciales de 1998, ya el modelo capitalista neoliberal comenzaba a hacer aguas. El dilema no era entonces otro que refundar ese modelo, evidentemente que con cambios, entre ellos una mayor preocupación por lo social, pero movido por la misma lógica: la lógica de la ganancia, de la búsqueda del lucro; o avanzar en la construcción de otro modelo. Chávez tuvo la audacia de incursionar por este último camino y para denominarlo decidió utilizar la palabra socialismo a pesar de la carga negativa que ella tenía. Especificó que se trataba del socialismo del siglo XXI diferenciándolo así del  socialismo soviético implementado durante el siglo XX. No se trataba de “caer en los errores del pasado”: en esa “desviación estalinista” que burocratizó al partido y terminó por eliminar el protagonismo popular.

La necesidad del protagonismo popular era una de sus obsesiones y es el elemento que lo distancia de otras propuestas de socialismo donde es el Estado el que resuelve los problemas y el pueblo recibe los beneficios como una dádiva.

Chávez estaba convencido de que el socialismo no se puede decretar desde arriba, que hay que construirlo con la gente. Y entendía, además, que es a través de la participación protagónica como las personas crecen, ganan en autoconfianza, es decir, se desarrollan humanamente.

Siempre recuerdo el primer programa Aló Presidente de carácter más teórico, del 11 de junio de 2009, cuando Chávez citó extensamente la carta que Pedro Kropotkin —el anarquista ruso— escribió a Lenin el 4 de marzo de 1920:

Sin la participación de fuerzas locales, sin una organización de las fuerzas desde abajo, de los campesinos y de los trabajadores, por ellos mismos, es imposible el construir una nueva vida. Pareció que los soviets iban a servir precisamente para cumplir esta función de crear una organización desde abajo. Pero Rusia se ha convertido en una república soviética sólo de nombre. [...] la influencia del partido sobre la gente [...] ha destruido ya la influencia de energía constructiva que tenían los soviets, esa promisoria institución.”

Por eso muy tempranamente yo creí necesario distinguir entre proyecto y modelo socialista. Entendía por proyecto las ideas originales de Marx y Engels, y por modelo la forma en que este proyecto se había materializado en la historia. Si analizamos el socialismo soviético vemos que en los países que implantaron ese modelo de socialismo —que recientemente ha sido denominado por Michael Lebowitz: el socialismo de los conductores y los conducidos basado en el modo de producción vanguardista—, el pueblo dejó de ser el protagonista, los organismos de participación popular fueron transformándose en entidades puramente formales, el partido se transformó en la autoridad absoluta, el único depositario de la verdad, que controlaba todas las actividades: económicas, políticas, culturales, es decir, lo que debió haber sido una democracia popular se transformó en una dictadura del partido. Ese modelo de socialismo que ha sido denominado por muchos “socialismo real” es un  modelo fundamentalmente estatista, centralista, burocrático, donde el gran ausente fue el protagonismo popular.

¿Recuerdan ustedes que cuando ese socialismo se derrumbó y se hablaba de la muerte del socialismo y de la muerte del marxismo? Entonces Eduardo Galeano, el escritor uruguayo que todos ustedes conocen, decía que nos habían invitado a un funeral que no era el nuestro. El socialismo que había muerto no era el proyecto socialista por el que nosotros luchábamos. Lo que había ocurrido en la práctica tenía muy poco que ver con lo que Marx y Engels concibieron como la sociedad que reemplazaría al capitalismo. Para ellos el socialismo era impensable sin un gran protagonismo popular.

Pero esas ideas originales de Marx y Engels  no sólo fueron desvirtuadas por la práctica soviética y la literatura marxista difundida por ese país en los ámbitos de la izquierda, sino que, además, fueron opacadas o simplemente ignoradas en los países fuera de la órbita soviética, debido al rechazo que produjo ese modelo que se asociaba al nombre de socialismo.

Poco se conoce que según Marx y Engels, la futura sociedad que ellos llamaban comunista permitiría el pleno desarrollo de todas las potencialidades del ser humano, desarrollo que se lograría a través de la práctica revolucionaria. La persona no se desarrolla por arte de magia, se desarrolla porque lucha, porque transforma (transformando las circunstancias, la persona se transforma a sí misma).

Por eso que Marx aceptaba como algo natural que los trabajadores con los que se iniciaría la construcción de la nueva sociedad no eran seres puros, sino que pesaba en ellos el “estiércol del pasado”, y por eso es que no los condenaba, sino que confiaba en que ellos se irían liberando de esa negativa herencia a través de la lucha revolucionaria. El creía en la transformación de las personas a través de la lucha, de la práctica.

Y Chávez —probablemente sin haber leído esas palabras de Marx— también lo entendió. En su Primer Aló Teórico del 11 de junio del 2009 alertó a las comunidades de que había que tener cuidado con el sectarismo. Y orientó:

[...] si hay gente, por ejemplo, habitantes que no participan en política, que no pertenecen a partido alguno, bueno, no importa, bienvenido.

Digo más, si vive por ahí alguien de la oposición, llámenlo. Que venga a trabajar, que venga a demostrar, a ser útil, que la patria, bueno, es de todos, hay que abrirles espacios y ustedes verán que con la praxis mucha gente se va transformando.

Es la praxis la que lo transforma a uno, la teoría es la teoría, pero la teoría no prende en el alma, en los huesos, en los nervios, en el espíritu del ser humano y en la realidad nada se transformaría. No vamos a transformarnos leyendo libros. Los libros son fundamentales, la teoría es fundamental, pero hay que llevarla a la práctica porque la praxis es la que transforma verdaderamente al ser humano.

Por otra parte, nada tiene que ver con el marxismo la práctica “colectivista” del socialismo real que suprimía las diferencias individuales en nombre del colectivo. Basta recordar que Marx criticaba el derecho burgués por pretender igualar artificialmente a las personas en lugar de reconocer sus diferencias. Al pretender ser igual para todos termina siendo un derecho desigual. ¿Si dos trabajadores recogen sacos de papa y uno recoge el doble que el otro, debe pagarse al primero el doble que el segundo? El derecho burgués te dice que sí, sin tener en cuenta que el trabajador que recoge la mitad ese día estaba enfermo, o nunca fue un trabajador fuerte porque en su infancia fue mal alimentado, y que por lo tanto, quizá con el mismo esfuerzo que el primero sólo pudo rendir la mitad.

Marx, por el contrario sostenía que una distribución verdaderamente justa debería tener en cuenta las necesidades diferenciadas de cada persona y de ahí su máxima: “De cada cual según su trabajo a cada cual según sus necesidades.”

Otra idea de Marx muy tergiversada tanto por la burguesía como por la práctica soviética ha sido su defensa de la propiedad común o colectiva.

¿Qué suelen decir los ideólogos de la burguesía? Los comunistas (o socialistas) te van a expropiar todo, tu refrigerador, tu carro, tu casa, etcétera.

¡Cuánta ignorancia! Marx ni ningún socialista o comunista ha pensado jamás en expropiar los bienes de uso de las personas. Lo que Marx ha planteado es la idea de devolver a la sociedad lo que le pertenece y que ha sido apropiado injustamente por una élite, es decir, los medios de producción.

Lo que la burguesía no entiende o no quiere entender es que sólo hay dos fuentes de la riqueza: la naturaleza y el trabajo humano, y que sin el trabajo humano la potencial riqueza contenida en la naturaleza nunca lograría transformarse en riqueza real.

Marx señalaba que no solo existe el trabajo humano actual sino que también existe el trabajo pasado, es decir el trabajo incorporado en los instrumentos de trabajo.

Las herramientas, las máquinas, las mejoras hechas a la tierra y, por supuesto, los descubrimientos intelectuales y científicos que aumentan sustancialmente la productividad social, frutos todos del trabajo humano, son una herencia que se transmite de generación en generación, son una herencia social, son una riqueza del pueblo.

Pero, la burguesía, gracias a todo un proceso de mistificación del capital —que aquí no podemos explicar por razones de tiempo—, nos ha convencido de que los dueños de esa riqueza son los capitalistas que por su esfuerzo, su creatividad, su capacidad para los negocios, y por ser los dueños de las empresas tienen derecho a apropiarse de lo que ellas producen.

Sólo la sociedad socialista reconoce esa herencia como social y por eso considera que debe ser devuelta a la sociedad y que debe ser usada por la sociedad y en interés de la sociedad en su conjunto y no para servir a intereses privados.

Esos bienes, en los que está incorporado el trabajo de generaciones, no pueden pertenecer a personas específicas, ni a países específicos, sino a la humanidad como un todo.

La cuestión es ¿cómo asegurar que esto ocurra? La única forma de hacerlo es desprivatizando estos medios y transformándolos en propiedad social. Pero como la humanidad de comienzos del siglo XXI no es todavía una humanidad sin fronteras, esta acción debe empezar en cada país y el primer paso es que los medios de producción estratégicos pasen a propiedad de un Estado que exprese los intereses de las y los trabajadores.

Pero el simple traspaso a manos del Estado de los principales medios de producción es sólo un mero cambio jurídico de propietario, ya que si en las empresas ahora en manos del Estado el cambio sólo se limita a eso continúa la supeditación de los trabajadores a una fuerza externa. La gerencia capitalista es reemplazada por una nueva gerencia, ahora socialista, pero no varía la situación alienada de trabajadores en el proceso de producción. Se trata de una propiedad formalmente colectiva, porque el Estado representa a la sociedad, pero la apropiación real todavía no es colectiva.

Es por eso que Engels sostiene que “la propiedad del Estado no es la solución [ aunque] alberga ya en su seno el medio formal, el resorte, para llegar a la solución”

Por otra parte, Marx sostenía que era necesario acabar con la separación entre el trabajo intelectual y el trabajo manual que transforman al trabajador en un tornillo más de la maquinaria; que las empresas deben ser gestionadas por sus trabajadores y trabajadoras. Y por eso, Chávez, siguiendo sus ideas, sostuvo con tanto énfasis que el socialismo del siglo XXI no podía limitarse a ser un capitalismo de Estado que mantuviese intocables procesos laborales que alienan al trabajador o trabajadora. La persona que trabaja tiene que estar informada del proceso de producción en su conjunto, tiene que ser capaz de controlarlo, de poder opinar y decidir sobre los planes de producción, sobre el presupuesto anual, sobre la distribución de los excedentes, incluida su contribución al presupuesto nacional. ¿No era acaso eso el plan socialista de Guayana?

Pero, ahí surgirá el argumento de la burocracia gerencial socialista: ¡cómo vamos a entregar la gestión de las empresas a los trabajadores! ¡ellos no están preparados para participar activamente en el manejo de las empresas! Y tienen razón, salvo excepciones no lo están, justamente porque al capitalismo nunca le ha interesado compartir con los trabajadores los conocimientos más técnicos acerca del manejo de la empresa, y aquí me refiero no sólo a los aspectos relacionados con la producción, sino también a los relacionados con la comercialización y el financiamiento de las empresas. Concentrar esos conocimientos en manos de la gerencia ha sido uno de los mecanismos que ha permitido al capital explotar a los trabajadores y trabajadoras. Pero eso, para un cuadro revolucionario, no puede significar no avanzar hacia la plena participación de las y los trabajadores. Por el contrario, se deben instalar procesos de cogestión que permitan que éstos se apropien de esos conocimientos y para poder hacerlo, deben comenzar a ejercer la gestión en la práctica y, al mismo tiempo, deben poder formarse en técnicas de gestión y administración de empresas para llegar luego a una total autogestión.

Y a nivel de las comunidades y las comunas, tema que no puedo abordar aquí, entre tantos otros que quisiera abordar, recuerdo siempre lo que decía Aristóbulo Istúriz: “tenemos que gobernar con la gente para que la gente aprenda a gobernarse así misma.” Y entiendo que el presidente Maduro está buscando este objetivo al impulsar la participación del pueblo organizado en su gestión de gobierno en lo que el ha llamado: Consejos de Gobierno Popular.

He mencionado varias veces al  socialismo del siglo XXI, para mí esa es la meta a alcanzar, y llamo transición socialista al largo período histórico de avance hacia esa meta.

Pero, ¿de qué tipo de transición estamos hablando? No se trata de la transición en países capitalistas  avanzados que nunca se ha dado en la historia, ni de la transición en países atrasados que han conquistado el poder del Estado por la vía armada como sucede con las revoluciones en el siglo XX (Rusia, China, Cuba), sino de una transición muy particular donde sólo se ha logrado llegar por la vía institucional al gobierno.

Y en relación con esto creo que la situación de América latina en la década de los 80 y 90 puede compararse en ciertos aspectos a la vivida por la Rusia prerrevolucionaria de comienzos del siglo XX. Lo que fue para ella la guerra imperialista y sus horrores ha sido para nosotros el neoliberalismo y sus horrores: la extensión del hambre y la miseria, un reparto cada vez más desigual de la riqueza, la destrucción de la naturaleza, la pérdida creciente de nuestra soberanía. En estas circunstancias, varios de nuestros pueblos dijeron “basta” y echaron “a andar”, resistiendo primero y, luego, pasando a la ofensiva, fruto de lo cual empiezan a triunfar candidatos presidenciales de izquierda o centro izquierda que levantan programas antineoliberales.

Fue así como frente al evidente fracaso del modelo neoliberal tal como se estaba aplicando surgió la siguiente disyuntiva: o se refundaba el modelo capitalista neoliberal, o se avanzaba en la construcción de un proyecto alternativo movido por una lógica humanista y solidaria. Y ya decíamos que fue Chávez quien tuvo la audacia de incursionar por este último camino y creemos que el presidente Maduro está tratando de ser consecuente con su legado. Luego lo siguieron otros gobernantes como Evo Morales y Rafael Correa. Todos ellos conscientes de que las condiciones objetivas económicas y culturales, y la correlación de fuerzas existentes en el mundo y en sus países, los obligarían a convivir durante no poco tiempo con formas de producción capitalista.

Y decimos audacia porque estos gobiernos enfrentan a una situación muy compleja y difícil. No sólo deben enfrentarse al atraso de sus países, sino que deben hacerlo sin contar con todo el poder del Estado. Y hacerlo a partir de un aparato de Estado heredado cuyas características son funcionales al sistema capitalista, pero no lo son para avanzar hacia el socialismo.

Sin embargo, la práctica ha demostrado —contra el dogmatismo teórico de algunos sectores de la izquierda radical—, que si ese aparato está gestionado por cuadros revolucionarios, éstos pueden utilizarlo como un instrumento para dar pasos firmes hacia la construcción de la nueva sociedad.

Pero, para ello estos cuadros no pueden limitarse a usar el aparato heredado, es necesario que—usando el poder que tienen en sus manos— vayan construyendo los cimientos de la nueva institucionalidad y del nuevo sistema político, creando espacios de protagonismo popular que vayan preparando a los sectores populares para ejercer el poder desde el nivel más simple hasta el más complejo.

Este proceso de transformación a partir del gobierno no sólo es un proceso largo, sino también es un proceso lleno de desafíos y dificultades. Nada asegura un avance lineal, puede haber retrocesos y fracasos.

Debemos recordar siempre que la derecha respeta las reglas del juego sólo hasta donde le conviene. Pueden perfectamente tolerar y hasta propiciar la presencia de un gobierno de izquierda, si este pone en práctica su política y se limita a administrar la crisis. Lo que tratarán de impedir siempre valiéndose de medios legales o ilegales es —y en eso no hay que ser ilusos—  que se lleve adelante un programa de transformaciones democráticas y populares profundas que ponga en cuestión sus intereses económicos.

De esto se deduce que estos gobiernos y su militancia de izquierda deben estar preparados para hacer frente a una fuerte resistencia; deben ser capaz de defender las conquistas alcanzadas democráticamente contra fuerzas que se llenan la boca de la palabra democracia siempre que no se toque sus intereses materiales ni sus privilegios. ¿Acaso aquí en Venezuela no fueron las leyes habilitantes que tocaban muy levemente dichos privilegios las que desencadenaron el golpe militar apoyados por los partidos opositores de derecha contra un presidente democráticamente electo y apoyado por su pueblo?

Pero también es importante entender que estas élites dominantes no representan a toda la oposición,  que es fundamental que se haga una diferenciación entre una oposición destructiva, conspiradora, antidemocrática, y una oposición constructiva, dispuesta a respetar las reglas del juego democrático y a colaborar en muchas tareas de interés común, evitando meter en un mismo saco a todas las fuerzas y personalidades opositoras. Si somos capaces de reconocer las iniciativas positivas que puede haber impulsado la oposición y no condenar como malo de antemano todo lo que venga de ella, pienso que esto ayudaría a acercar a muchos sectores que hoy están alejados, quizá no las élites dirigentes, pero sí de los cuadros medios y amplios sectores del pueblo influidos por ellos, que es lo más importante.

Por otra parte, pienso que se ganaría mucho más si al combatir sus ideas erradas, sus propuestas equivocadas, se utilizara argumentos y no agresiones verbales. Quizá éstas son muy bien recibidas por los sectores populares más radicalizados, pero producen rechazo en amplios sectores medios y también en muchos sectores populares.

Otro reto importante que tienen estos gobiernos es la necesidad de superar la cultura heredada en el seno del pueblo, pero no sólo allí, también en los cuadros de gobierno, los funcionarios, los militantes y dirigentes del partido, los trabajadores y sus direcciones sindicales ( individualismo, personalismo, carrerismo político, consumismo).

Por otra parte, como los avances suelen ser muy lentos y frente a esta situación, no poca gente de izquierda se desanima, porque muchos pensaron que la conquista del gobierno sería la varita mágica para resolver prontamente los problemas más sentidos por la gente, cuando estas soluciones no llegan con la rapidez esperada tienden a desilusionarse.

Por eso es que pienso que, de la misma manera en que nuestros dirigentes revolucionarios deben usar el Estado para cambiar la correlación de fuerzas heredada, deben también realizar una labor pedagógica frente a los límites o frenos que encuentran en su camino —lo que llamamos una pedagogía de los límites—. Muchas veces se cree que hablarle de dificultades al pueblo es desalentarlo, desanimarlo, cuando, por el contrario, si a los sectores populares se les informa, se les explica por qué no se pueden alcanzar de inmediato las metas deseadas, eso los ayuda a entender mejor el proceso en que viven y a moderar sus demandas. Y también los intelectuales deben ser alimentados con información para que sean capaces de defender el proceso y para que puedan realizar una crítica seria y constructiva si es necesario.

Pero esta pedagogía de los límites debe ir acompañada simultáneamente de un fomento de la movilización y la creatividad populares, evitando domesticar las iniciativas de la gente y preparándose para aceptar posibles críticas a fallas de la gestión gubernamental. No sólo se debe tolerar la presión popular sino que se debe entender que es necesaria para ayudar a los gobernantes a combatir las desviaciones y errores que pueden ir surgiendo en el camino.

Me siento muy frustrada de no poder hablar de tantos otros temas, pero debo poner fin a estas palabras y para hacerlo quiero leerles algunas de las varias preguntas —que planteo en el libro— que creo pueden ayudarnos a evaluar si los gobiernos más avanzados ya mencionados están dando pasos  en el esfuerzo por construir una nueva sociedad socialista:

¿Movilizan a los trabajadores y pueblo en general para llevar adelante determinadas medidas e incrementan sus capacidades y poder?

¿Entienden que necesitan un pueblo organizado, politizado, capaz de presionar para debilitar el aparato estatal heredado y poder así avanzar en el proceso de transformaciones propuesto?

¿Entienden que nuestros pueblos y especialmente las y los trabajadores tienen que ser actores de primera línea y no sólo de segunda?

¿Oyen y otorgan la palabra a sus pueblos?

¿Entienden que pueden apoyarse en ellos para combatir los errores y desviaciones que vayan surgiendo en el camino?

¿Les entregan recursos y los llaman a ejercer el control social del proceso?

En síntesis, ¿contribuyen a crear un sujeto popular cada vez más protagónico, capaz de ir asumiendo cada vez más responsabilidades de gobierno?

En este sentido creo de trascendental importancia la propuesta de discusión nacional abierta a todos los sectores sociales del país sobre el tema del precio del petróleo. Me parece trascendental porque se convoca al pueblo, no al partido, a discutir. Pienso que el papel del partido debe ser el de involucrarse plenamente en él siendo el instrumento facilitador de dicho debate.

Quiero terminar este texto insistiendo en algo que no me canso de repetir:

Para que podamos avanzar exitosamente en este desafío se requiere de una nueva cultura de izquierda: una cultura pluralista y tolerante, que ponga por encima lo que une y deje en segundo plano lo que divide; que promueva la unidad en torno a valores como: la solidaridad, el humanismo, el respeto a las diferencias, la defensa de la naturaleza, rechazando el afán de lucro y las leyes del mercado como principios rectores de la actividad humana.

Una izquierda que se dé cuenta que la radicalidad no está en levantar las consignas más radicales ni en realizar las acciones más radicales —que sólo unos pocos siguen porque asustan a la mayoría—, sino que sea capaz de crear espacios de encuentro y de lucha para amplios sectores;  porque constatar que somos muchos los que estamos en la misma lucha es lo que nos hace fuertes, es lo que nos radicaliza.

Una izquierda que entiende que hay que ganar hegemonía, es decir, que hay que convencer en lugar de imponer.

Una izquierda que entiende que más importante que lo que hayamos hecho en el pasado, es lo hagamos juntos en el porvenir.