La pulseada por la renta
19.05.08 – El prolongado conflicto entre el ruralismo y el gobierno ha derivado en una agobiante pugna política. El primer bloque busca acaparar la renta agraria a costa de la mayoría popular y el oficialismo necesita exhibir autoridad, para implantar un Pacto Social que favorezca al conjunto de los capitalistas.
Las acciones del denominado “campo” escalaron hasta crear un clima ingobernable
y sus líderes se han envalentonado en las negociaciones. El gobierno reaccionó
con dureza, pero fracasó y quedó desconcertado. Sufrió una erosión de electores
y gobernadores, que lo indujo a buscar una conciliación. Ahora parece inminente
una nueva tregua, pero si se logrará o no un acuerdo perdurable es una
incógnita. Lo único evidente es que el conflicto ha erosionado la cohesión que
mantuvieron las clases dominantes durante los últimos cinco años.
Causas y desencadenantes
Los ruralistas salieron a las rutas para resistir un sistema de retenciones
móviles a la exportación de soja. Pero cuestionan también los mecanismos de
impuestos y subsidios que determinan los precios de los alimentos. Junto a la
distribución de la renta se define cuánto habrá que pagar por el pan, la leche
o la carne.
Cualquier concesión al ruralismo implicaría aproximar el precio local de esos productos a su creciente cotización mundial, agravando el encarecimiento de la canasta básica. Este aumento tiende a revertir la disminución del índice de pobreza, que se ubicaría actualmente en un 30,3% luego de haber tocado el piso de 26,9 % a medidos del 2006.
El conflicto en curso forma parte de una vieja confrontación que afectó a todos los gobiernos. Como los voceros del “campo” se consideran propietarios de la renta natural que generan los cultivos en Argentina han chocado con todas las administraciones, que intentaron equilibrar el reparto de ese ingreso.
La acción ruralista ha reactualizado todos los mitos que enaltecen a los dueños de la tierra. Se afirma que toda la población “debe darle gracias al campo”, como si conformaran el sector laborioso que sostiene al resto de la sociedad. Suponen que la riqueza agraria es improductivamente redistribuida fuera de ese ámbito, mediante perversos sistemas de clientelismo estatal.
En realidad ocurre todo lo contrario. La apropiación privada de la renta (históricamente por los terratenientes y actualmente por sus herederos capitalistas) ha sofocado el desarrollo industrial, perpetuado una inserción primarizada del país en la división internacional del trabajo. Lo que ha imposibilitado la prosperidad social es la ausencia de medidas de nacionalización directa o indirecta (por vía impositiva) de ese recurso.
La causa inmediata del conflicto ha sido la probable reducción de los grandes beneficios que obtuvieron los ruralistas en los últimos años, como se comprueba en el precio de la tierra o en cualquier otro índice de las ganancias del sector [2].
Aunque persiste una favorable coyuntura comercial internacional, en el panorma
económico loca se avizoran fuertes turbulencias. Los beneficios fáciles que
siguieron a la hiper-devaluación se han extinguido, junto al agotamiento de la
transferencia regresiva de ingresos. Se han disipado tanto la capacidad ociosa,
como los salarios formales abaratados y el consumo demorado que predominaron
entre el 2002 y el 2007. En un escenario más difícil todos reclaman una tajada
de la renta agraria. Los ruralistas porque la consideran propia y el gobierno
porque debe afrontar crecientes gastos para sostener un modelo de subsidios a
los capitalistas de la industria y los servicios.
La república sojera
Varias semanas de conflicto han permitido conocer las trasformaciones agrarias
que impuso la reconversión a la soja. Todo el bloque ruralista participa del
modelo que desplazó a los cereales y generalizó un monocultivo, que amenaza la
soberanía alimenticia, encarece el resto de los productos y contamina el medio
ambiente. Esta transformación ha provocado, además, una mayor concentración de
la propiedad. Solo el 20 % de los productores controlan el 80% de circuito de
la soja [3].
Tres grandes sectores controlan la elevada rentabilidad que genera esa oleaginosa. En primer lugar, los contratistas (“Pool de siembra”) que se nutren de fondos de inversión y operan en gran escala sobre las tierras arrendadas. Grobocopatel, por ejemplo, es solo propietario del 10% de las 150.000 hectáreas que explota.
Los proveedores de agroquímicos (Monsanto, Dyupont, Bayer) conforman el segundo grupo de beneficiarios. Acaparan lucros mediante la fuerte dependencia que tiene la producción de soja de las nuevas semillas y fertilizantes. El tercer sector que se enriquece aceleradamente está constituido por cinco grandes compañías exportadoras, que manejan el 90 % de las ventas, con beneficios corrientes que superan ampliamente los 1.000-1500 millones de dólares disputados con la introducción de las retenciones móviles.
En esa cadena de comercialización -que principalmente controlan Cargill, Bunge, Dreyfus, Nidera y Aceitera General Deheza (AGD)- se procesan los principales beneficios de la soja. El cultivo es manejado desde la tranquera hasta el barco por un enjambre privado de acopiadores, puertos y molinos. De esa actividad participan también los agro-financistas, que operan mediante compras y ventas a futuro, a través de acciones especulativas que podrían ser afectadas por las retenciones móviles, si establecen un diagrama más previsible de evolución de los precios.
Ninguna voz del bloque ruralistas ha cuestionado este circuito capitalistas.
Despotrican contra las regulaciones oficiales, pero no han dicho una sola
palabra contra los mayores dueños de este negocio.
El sostén oficial
Tampoco el gobierno menciona a los grandes grupos de la soja, ya que mantiene
una excelente relación con sus cúpulas, especialmente con Urquía (AGD),
Grobocopatel, Elsztain y el clan Werthein. El modelo en curso ha sido
intensamente apadrinado desde el ámbito oficial y ninguna medida que
improvisaron los Kirchner para resolver la actual disputa ha rozado los
intereses de sus aliados. A lo sumo evalúan ahora la formación de nuevos
organismos para “conocer la realidad del sector”, pero sin introducir
gravámenes significativos.
Los ministros -que despliegan discursos demagógicos en defensa del pequeño productor- han destinado durante cinco años, el grueso de los reintegros (formalmente dirigidos a ese sector), a subsidiar a las industrias alimenticias más concentradas. Este conglomerado acaparó, por ejemplo, los 473 millones de dólares de compensaciones aprobadas durante el 2007 y como no existe ningún registro de productores de soja es un misterio como se revertirían esos privilegios. Para caracterizar quiénes son los amigos del gobierno basta con recordar la cobranza mínima del impuesto inmobiliario, la falta de actualización de este gravamen (en función de la valorización de los campos) o el visto bueno oficial al incumplimiento de los pagos de seguridad social.
Todas las preocupaciones gubernamentales se han concentrado en las retenciones, ya que al igual que el IVA este impuesto se recauda fácilmente y no se coparticipa con las provincias. Su recolección apunta en la actualidad a engrosar la caja, no solo para sostener los auxilios a los empresarios, sino especialmente para afontar un encarecimiento de los pago de deuda externa.
Algunos defensores del gobierno elogian por sí mismas a las retenciones,
omitiendo que capturan una parte de la renta, sin redistribuirla [4]. Quiénes
afirman que la iniciativa oficial sólo falló en sus tiempos y formas de
presentación, ocultan la utilización regresiva de un impuesto, que no ha
servido para mejorar sustancialmente el nivel de vida popular. Un mecanismo
regulador -que resulta indispensable para divorciar los precios internacionales
de los locales- ha sido principalmente utilizado por el gobierno a favor de los
poderosos.
Productores y explotadores
El conflicto ha ilustrado cuán obsoleto ha quedado el retrato clásico del campo
argentino, como un paisaje de latifundios improductivos y
chacareros-minifundistas. Pero en el nuevo contexto se ha instalado la falsa
imagen del pequeño productor agrario como una clase media empobrecida. El
ingreso de este grupo es reducido en comparación con los grandes capitalistas
del sector, pero no conforman un segmento agobiado por la miseria.
Un productor chico de la región pampeana con una propiedad de cien hectáreas (es decir una extensión minúscula para la zona) obtiene una renta mensual de 10 mil pesos y en menos de un año su propiedad territorial se ha valorizado en un 50%. [5]. Esta ubicación social en gran medida explica por qué la Federación Agraria (FAA) actúa en bloque con la Sociedad Rural.
Mantienen una sólida alianza con la entidad tradicional de los millonarios y proponen en común la eliminación de las retenciones móviles. Ni a Buzzi, ni a De Angeli se le ha escapado una sola palabra contra el establishment agrario y han cajoneado los antiguos reclamos de regulación estatal de los cereales y la carne.
Para justificar este giro han recurrido a dos planteos. Por un lado afirman que “el gobierno no los atendió” y debieron “actuar con las otras entidades”. Pero olvidan que también podrían haber intentado un programa de alianzas con los trabajadores.
Por otra parte subrayan que “las bases nos han pedido una acción coordinada”. Pero si esa demanda es cierta, ilustra cuál es el perfil social de sus asociados, que se sienten a gusto actuando con la Sociedad Rural. Quiénes efectivamente soportan el endeudamiento y la expoliación en el heterogéneo universo agrario han quedado sometidos a este manejo pro-capitalista de la Federación Agraria.
Esta actitud tiene antecedentes en las divergencias que enfrentaron en los años 70 a la FAA con las Ligas Agrarias y en la actualidad se manifiesta en la distancia que esa organización mantiene con agrupaciones de los desposeídos, como el MOCASE o el Movimiento Nacional Campesino Independiente.
Estas agrupaciones canalizan las demandas de sectores realmente oprimidos. Expresan, por ejemplo, a las 300 mil familias campesinas desalojadas de sus tierras en últimos 10 años por avance de la soja. También representan a los 220 mil pequeños productores de regiones no centrales, que son víctimas de la expansión de un cultivo que ya provocó el desmonte de 1,1 millón de hectáreas [6].
Pero el sector más invisible que aglutina a los explotados del sector está conformado por 1,3 millones de peones rurales. El 75% de ellos trabaja en negro y percibe un sueldo promedio de 600 pesos, soporta el mayor porcentaje nacional de accidentes laborales y carece de protección social. Este segmento - no ha recibido ningún goteo de la bonanza exportadora y su total ausencia durante el conflicto confirma el carácter pro-capitalista de las demandas en juego.
La acción que convulsiona al campo es un lock out y no una rebelión de oprimidos. Se ha desenvuelto como una acción patronal, con cortes de rutas que coexisten con la continuidad de la actividad laboral tranqueras adentro. Sus protagonistas retraen productos de la venta y especulan con el momento oportuno de comercializar los granos o hacienda. Se guían por cálculos de mercado y no por criterios de rebelión popular.
Aquí radica la diferencia abismal con el levantamiento del 2001. Quiénes actúan
en el agro no son desempleados, ni luchan por subsistir y quiénes aún
cacerolean a su favor en las grandes urbes forman parte de la clase alta. Los
mensajes del 2001 eran inclusivos y los actuales son excluyentes. En ese
momento los pequeños ahorristas se movilizaban contra los bancos, mientras que
ahora la clase media rural actúa ajunto a los poderosos.
Reacciones y comparaciones
La derecha se ha montado en el conflicto para reforzar el polo político que
construye desde el triunfó de Macri en Capital Federal. No solo retoman el
discurso neoliberal, sino que han resucitado también posturas gorilas que
parecían extinguidas. No ha faltado la tónica racista que enaltece el gringo
europeo de las colonias frente a los cabecitas negros del interior. Con esta
diferencia de piel reavivan el rechazo oligárquico al “aluvión zoológico” que
advirtieron en los años 50 y se han ganado el favor de los medios de
comunicación, que denigran a los piqueteros pero reivindican a los
participantes en tractorazos.
Por su parte, el gobierno optó por reforzar su repliegue hacia la burocracia sindical y el aparato justicialista, que Kirchner intenta alinear desde Puerto Madero. Supone que podrá contrarrestar con este sostén el fracaso del proyecto transversal y la pérdida de apoyo entre las clases medias. Pero hasta ahora solo logró reactivar a las patotas de la construcción y camioneros, que ya repitieron el matonaje ensayado en San Vicente.
El gran escollo de la política oficial radica en que el peronismo está agotado como movimiento popular. Conforma una estructura para administrar el estado, pero que ya no entusiasma a nadie. Por esta razón las marchas oficiales son operativos rigurosamente manejados desde arriba. El complemento de acciones contestatarias que aporta D´Elia también carece de acompañamiento popular. Son iniciativas mayoritariamente percibidas como maniobras monitoreadas desde la Casa Rosada.
Por momentos el choque político entre el gobierno y la derecha parece resucitar una vieja polarización entre el peronismo y el antiperonismo, pero esta confrontación presenta tintes más culturales que políticos y es poco probable que renazca como un conflicto significativo.
En cualquier caso, lo importante es evitar las falsas analogías, que algunos establecen entre la disputa con el agro y las confrontaciones que se libran en Venezuela o Bolivia. A diferencia de Evo y Chávez, los Kirchner han establecido una alianza con el establishment, no colisionan con el imperialismo norteamericano, no chocan con las clases dominantes, ni ha puesto en juego demandas populares.
Como su gobierno tampoco es nacionalista, ni ha introducido reformas sociales,
es falso asemejar el conflicto actual con el marco que rodeó al primer
peronismo. Por otra parte, salta a la vista que la amenaza golpista solo existe
para un discurso de ocasión. No hay fuerzas armadas, ni sectores del
establishment interesados en que Cristina termine como Isabelita.
Posturas y programas
La izquierda ha intervenido en el conflicto con una variedad de posiciones, que
ha cubierto todo el espectro de alternativas posibles. La postura más
inadmisible es el sostén el lock out patronal en defensa de un “pequeño
productor”, como si perdurara un escenario de pequeños chacareros enfrentados
con los latifundistas. Este supuesto se inspira en una fotografía congelada del
pasado.
Por otra parte, la idealización de cualquier lucha con perfiles de auto-convocatoria ha conducido a perder la brújula, en la caracterización de los protagonistas y las peticiones en debate. Esta ceguera se alimenta de una falsa analogía con las cacerolas del 2001 y en el desconocimiento del papel reaccionario que pueden adoptar (en algunas circunstancias) las movilizaciones de la clase media (como ocurrió con los camioneros de Chile bajo Allende o con los estudiantes de Venezuela en la actualidad).
La incapacidad para registrar los conflictos de Kichner con la derecha y la obsesión por ubicar al gobierno como enemigo principal conduce a compartir los espectros mediáticos y las acciones prácticas con figuras de la reacción.
Un error simétrico se verifica entre quiénes apoyan al gobierno, aceptando el argumento de la escalada golpista (denunciada como una “acción destituyente”). En este caso se focalizan las críticas en los ruralistas y en los medios de comunicación, omitiendo denunciar la evidente complicidad de los Kirchner con las corporaciones de la soja. Se presenta al gobierno como una víctima, olvidando que ha sido artífice de la política agraria regresiva que precipitó el conflicto.
Es evidente que ningún argumento tradicional para aprobar al oficialismo (“mal menor”, “adversidad de la correlación de fuerzas”, “peligro de un retorno neoliberal”) alcanza para disimular la connivencia oficial con el capitalismo sojero. A pesar de esta evidencia, el resurgimiento de la derecha impulsa a algunos intelectuales a participar de una segunda oleada de cooptación kirchnerista.
La creencia que se debe tomar posición a favor de los ruralistas o el gobierno plantea una disyuntiva completamente falsa. Resulta perfectamente posible denunciar el lock out, sin apoyar al oficialismo y es conveniente explicar por que razón las retenciones son necesarias con modalidades muy distintas a su instrumentación actual.
Hay otro camino para superar la crisis con programas alternativos, que han sido ya formulados por varias corrientes e intelectuales de izquierda. El punto de partida es un plan agrario para frenar la omnipresencia de la soja, recuperar la diversidad de cultivos, asegurar la soberanía alimenticia y facilitar la baratura de lo alimentos.
Pero el papel regulador del estado no puede limitarse a una administración de retenciones diferenciadas, regionalizadas y coparticipables. Esta intervención debe apuntar al control integral del circuito de producción y comercialización agraria por medio del monopolio estatal del comercio exterior y la nacionalización de las grandes corporaciones de exportadores, comercializadores y pools de siembra. Esta transformación debería ser acompañada por una modificación radical de la propiedad en el campo, introduciendo impuestos progresivos y erradicando las condiciones de explotación del trabajador rural. Lo inmediato es derogar la ley de dictadura que rige las actividades de este sector.
Pero no alcanza con enunciar un paquete de medidas formalmente correcto si no encuentra la manera de difundirlo en forma apropiada, estableciendo vínculos con el conflicto real que opone a los ruralistas con el gobierno. La tentación abstencionista de declararse al margen de este choque pude convertir al mejor programa en un papel carente de influencia. No basta acertar con la respuesta. También hay saber exponerla, buscando conformar una tercera opción, en un momento de fatiga de la población con las maniobras ruralistas y las contramarchas oficiales.
El panorama actual podría cambiar si un programa popular de transformación del
agro empalma con la reactivación de la protesta social. Hay un nuevo dato a
favor de esta confluencia. El conflicto rural le ha otorgado legitimación por
arriba a la acción directa, ya que esta vez los artífices del piquete no fueron
los desocupados, los estudiantes, los obreros o los ambientalistas, sino los
propios beneficiarios del modelo. Este elemento puede favorecer el desarrollo
de una próxima oleada de movilizaciones sociales.
19-5-08
Notas
[1] Economista, investigador, profesor. Miembro del EDI (Economistas de
Izquierda). Su página web es: http://katz.lahaine.org
[2] El precio de la hectárea en Pergamino se elevó 132% entre el 2003 y el 2007
y las cotizaciones en la Pampa Húmeda superan a sus equivalentes de Estados
Unidos. En zona triguera el precio de la tierra es cuatro veces y media
superior al vigente en 1995, dos veces y media, el promedio de los últimos 10
años y casi el doble de la época de Lavagna. Como resultado directo de la
devaluación se consumaron aumentos de precios para los productos agrícolas, que
desde 2005 oscilan entre 80% 30% y15% (maíz, trigo y soja). La renta agraria
obtenida sólo durante la campaña 2003-04 equivale a la obtenida en entre 1992 y
1996 y es más del doble de la conseguida entre 1997-2001. (Página 12, 14-7-07, 6-4-08, 5-8-07, 6-8-07)
[3] En las últimas cosechas la soja ya ocupó el 60 % de la tierra sembrada.
Desplazó al trigo, al girasol y generó una caída del arroz, la avena y el
centeno, afectando también a la fruticultura y horticultura. Como se siembra el
tipo RR con glifosato su impacto sobre la contaminación ha sido reiteradamente
denunciada por los especialistas. El tamaño medio de las explotaciones
agropecuarias pasó de 469 hectáreas (1988) a 588 (2002) en un cálculo que
subestima el nivel de concentración, ya que los mismos propietarios poseen más
de una unidad (Página 12, 6-4-08,
20-4-08).
[4] Es el caso de Humberto Tumini: “Los aciertos y los errores”, Página 12,
6-4-08.
[5] Página 12, 12-5-08.
[6]Diversas informaciones sobre esta realidad han sido expuestas en las últimas
semanas por artículos aparecidos en Página
12 (11-4-04, 25-4-08, 17-4-08).
http://katz.lahaine.org
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Conflicto agrario: Otro camino para superar la crisis
Desde el 11 de marzo, cuando el gobierno nacional tomó la decisión de aumentar las retenciones y hacerlas móviles en función de los precios internacionales, escaló un conflicto que ha concluido instalando una polarización política entre el gobierno y las entidades del campo. No es verdad que tengamos que aceptar a libro cerrado los argumentos y las propuestas de ambos sectores, como si no hubiera propuestas y medidas superadoras.
Detrás de las demandas de eliminación de las retenciones móviles, las entidades del campo han enarbolado un programa de liberalización del mercado exportador de alimentos, con el fin del acaparar el máximo posible de las rentas extraordinarias, mientras difunden el planteo ideológico que el Estado no debe meterse con los negocios privados.
Bajo la cobertura de un falso federalismo se promueve una plataforma de medidas afín a los intereses del agro-negocio y la Sociedad Rural, con el acompañamiento y la fuerza social de los pequeños productores que han quedado entrampados en un lock-out agrario que favorece a los grandes capitalistas del sector y apunta a crear las condiciones favorables a una restauración neoliberal.
Las clases propietarias y los grupos agrarios más concentrados no toleran siquiera una tibia e inconsecuente regulación estatal y distribución de renta, enarbolando sus intereses privados y su ganancia creciente por sobre la alimentación, el salario, la educación y la salud de todo el pueblo argentino. Hoy el campo acumula superganancias que no se encuentran en ninguna otra rama de la producción. Esa situación impar es la que permitió batir records año tras año, incluso a costa de desplazar de sus tierras ancestrales a los campesinos pobres del norte argentino y de las condiciones laborales precarias e irregulares de más de un millón de peones rurales.
La derecha cuestiona las retenciones móviles en tanto mecanismo regulador que permite divorciar los precios internacionales de los locales y amortiguar el impacto inflacionario de un encarecimiento de las exportaciones. El lock-out se ha transformado también en una trinchera política desde donde promueven regresivamente el retorno al período previo al 2001.
Los cacerolazos que hemos visto en la Capital y otros centros urbanos, pese a su heterogeneidad inicial, se han ido configurando en la antítesis de la rebelión del 2001, motorizados por sectores altos de la sociedad, muchos de ellos rentistas, y por la oposición de derecha que ya se había manifestado en las elecciones legislativas y en las presidenciales de octubre pasado.
La mayoría de los medios de comunicación, grandes grupos concentrados que detentan el poder comunicacional y el cuasi monopolio de la palabra y la imagen, han jugado un rol protagónico como aglutinantes de una derecha invertebrada, distorsionando la realidad, creando una atmósfera política artificial y una opinión popular ficticia.
La principal preocupación del gobierno frente al lock-out ha sido reafirmar su autoridad política frente a un desafío sectorial que rompe el equilibrio de alianzas que ha sostenido su gestión, desde el inicio se ha apoyado en el modelo sojero que ahora cuestiona. Recurrió a todas las variantes posibles: discursos agresivos y contemporizadores, amenazas y negociaciones y ha quedado políticamente debilitado. Incapacidad política y errores de implementación técnica unificaron el campo opositor y le hicieron perder aliados naturales.
Profundizó este esquema con el consiguiente desplazamiento de productores, afectando la soberanía alimentaria, fortaleciendo los “pools” de siembra y los grupos exportadores (Dreyfus, Cargill, Nidera, Bayer…), permitiendo la escandalosa apropiación diferencial entre los impuestos pagados por los productores y lo realmente ingresado a las arcas del Estado. No casualmente estos grupos económicos no han sido casi mencionados en la crisis actual ni por el gobierno ni por las entidades del campo.
El gobierno tampoco cambió la estructura tributaria regresiva, ni adoptó ninguna iniciativa para recuperar el patrimonio nacional rematado durante el menemismo.
A pesar de las fenomenales tasas de crecimiento del actual ciclo económico, de la fuerte creación de empleo y de la recuperación salarial, persisten la segmentación y la precarización en el mercado de trabajo, se conservan muchas de las peores leyes laborales de los ’90, e incluso de la dictadura como la de los peones rurales. Al no adoptar medidas para modificar efectivamente la distribución del ingreso la brecha entre ricos y pobres continúa ensanchándose.
La políticas en curso no pueden asegurar, ni tampoco se lo proponen, la reconstrucción de un sistema de transporte ferroviario barato y ecológicamente sustentable, aunque se proyecta un “tren bala” que nos vuelve dependientes de tecnologías que no poseemos, que es inservible para el transporte de cargas y que solo podrá ser utilizado por una elite de pasajeros de altos ingresos.
Argentina posee el raro privilegio de ser el único país que enajenó su renta petrolera y, a contrapelo de las tendencias latinoamericanas -Bolivia, Ecuador Venezuela-, no hay proyecto alguno para recuperarla, por el contrario asistimos a la profundización de la política menemista en materia de hidrocarburos. Lo mismo sucede con las empresas privatizadas de servicios públicos y la generación y distribución de energía. Los grupos de medios de comunicación hoy denunciados por su papel en la crisis son los mismos que ayer fueron beneficiados con la renovación de las licencias, basados en la ley de radiodifusión de la época de la última dictadura militar.
Debajo de toda la parafernalia de acusaciones cruzadas se advierten divergencias al interior del bloque de las clases dominantes: mientras los sectores agro financieros tradicionales exigen darle prioridad a un proceso de acumulación basado en la exportación de bienes primarios y son indiferentes al consumo y el mercado interno, los sectores industriales, al contrario, aspiran a liderar dicho proceso con apoyo subordinado del sector agroindustrial.
Cómo se resuelva esta disputa no resulta ocioso ni indiferente para el movimiento obrero y las clases subalternas, como tampoco lo es la intervención estatal, aún a sabiendas que lo más probable sea un acuerdo donde el modelo primario-extractivo-exportador no será modificado sustancialmente, con las consecuencias sociales y ambientales y el tipo de desarrollo que lleva implícitas, lo que exige desarrollar por parte de todo el movimiento popular, un planteo de transformaciones profundas más allá de dichos acuerdos.
No puede haber neutralidad ante la amenaza de que la derecha logre parte de sus demandas y coloque sobre la agenda futura su programa de restauración neoliberal. Una liberalización de las exportaciones como demandan los ruralistas y los ideólogos del establishment dispararía los precios de los alimentos con el consiguiente efecto sobre los salarios reales de los trabajadores y las condiciones de vida y existencia de las clases populares.
Rechazamos enérgica y categóricamente su chantaje y defendemos el derecho del gobierno a implementar retenciones móviles y cupos de exportación. Pero sostenemos que el curso que ha tomado hasta el día de hoy lejos de ser una palanca para iniciar un cambio efectivo del modelo, cohabita con él, favorece a los grandes propietarios y “pool” sojeros y a los grandes exportadores, mientras afecta a su propia base popular al mostrarse impotente para un control eficaz de la inflación.
Los abajo firmantes pretendemos contribuir a cambiar los ejes del debate y discutir soluciones populares efectivas para el agro.
Sin que sea una enumeración taxativa:
Creemos necesario afectar las ganancias de los grandes propietarios, los grupos exportadores, comercializadores y “pool” de siembra, que se quedan con el grueso de los beneficios. También comenzar a discutir la nacionalización de varios segmentos de estos sectores
Elaborar un plan agrario que permita organizar la producción de acuerdo a un programa racional que permita contar con alimentos baratos y de calidad para todo el pueblo. Que contemple una política de fomento a los pequeños campesinos y de garantía de sus tierras, así como medidas protectoras del ambiente y una política de estatización de los insumos de los productores medianos y pequeños y de impuestos diferenciados según el tamaño de sus exportaciones.
Regular el comercio exterior y los precios mediante una junta nacional de granos y carnes, adoptar una clara reforma fiscal desgravando las cargas tributarias al consumo, modificando las alícuotas del impuesto inmobiliario y a las ganancias.
Eliminación del IVA de los productos esenciales en el consumo popular y aplicación efectiva de la Ley de Abastecimiento.
Es imperioso derogar la ley de Videla del peón rural y garantizar el blanqueo de todos los trabajadores en negro, así como garantizar la capacidad adquisitiva de los salarios para todos los trabajadores y del subsidio a los desocupados.
Con esta declaración apuntamos a que una tercera voz a favor de las mayorías populares comience a cobrar cuerpo frente a la crisis actual.
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Primeras firmas:
Claudio Katz, Guillermo Almeyra, Maristella Svampa, Hugo Calello, Susana Neuhaus, Guillermo Gigliani, Alejandro Bercovich, Mabel Bellucci, Eduardo Faletty, Ezequiel Adamovsky, Claudia Korol, Clara Algranatti, Jose Seoane, Antonio Bitto, Jorge Marchini, Jorge Sanmartino, Eduardo Lucita, Bruno Fornillo, Martin Bergel, Diana Mauri, Ricardo Orzi, Guido Galafassi, Agustín Santella, Gustavo Robles, Emilio Taddei, Judith Feldman, Leandro Sowter, Mabel Twaites Rey, Aldo Casas, Nora Ciapponi, Antonio Por, Beatriz Morales, Claudio Pandolfi, Pablo Guillermo FRISCO, Irene Muñoz, Herman Schiller, Guillermo Caviasa, Julio Vergara, Ariel Petruccelli, Alejandro Medici, Franco Catalani, Manuel Gonzalo Navarro, Aníbal Viguera, Alberto Wiñaszki, Eduardo Gorostegui, Nicolás Lion. Meriem Choukroum, Mariano Féliz, Liliana Soto, Octavo del Valle, Fernando Stratta, Joaquin S. Gomez, Carlos M. Herrera, Hernan Camarero, Silvana Ferreira, Omar Acha, Hernan Apazza, Agustín nieto, Leandro Andrini.
Carlos “Perro” Santillán
Fabio Resino – Pte. FACTA-Coop. BAUEN,
Luciana Santillán-Coord. Corriente del Pueblo Jujuy.
Bloque Piquetero Nacional
Frente de Trabajadores Combativos-Movimiento
29 de Mayo (FTC-Ml29), Movimiento Teresa Rodriguez La Dignidad (MTR La
Dignidad),
Unión de Trabajadores en Lucha
(UTL), Movimiento Brazo Libertario (MBL), Trabajadores Ocupados y Desocupados
Unidos (TODU), Movimiento Teresa Rodriguez 12 de Abril (MTR 12 de Abril).
Militancia Comunista
Colectivo Rompecabezas
Foro de Debate para la Acción (FDPA)
Adhesiones a: jorgesanmartino4@fibertel.com.ar eduardo.lucita@gmail.com