Hugo Chávez: Tribune of world’s dispossessed/Tribuna de los desposeídos del mundo

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By John Riddell

April 15, 2013 -- Links International Journal of Socialist Renewal/America XXI -- Hugo Chávez was not only a great Bolivarian patriot; he was a tribune of the world’s dispossessed.

At an anti-imperialist conference in Cairo in 2007, I heard Chávez hailed for his solidarity with Palestinians as “a better Arab than the Arabs”; “closer to us than the Arabs that impose injustice”.

Chávez, the first Latin American president to declare himself of African descent, proclaimed in 2005, “Every day we are much more aware of the roots we have in Africa.”

Under Chávez, Venezuela provided the tormented nation of Haiti with subsidised oil, infrastructure and support for Cuban medical assistance. The US ambassador there grumbled in 2007, “Chávez is winning friends and influencing people at our expense.”

“President Chávez was a friend of White Earth Nation…. He cared for the poor”, said Minnesota Indigenous leader Erma Vizenor on his death. Venezuela donated heating fuel to hundreds of thousands of needy US residents and to native peoples across the country.

Venezuelan aid to the Nicaraguan people included “subsidised oil – provided throughout the region – aid for small farmers and underpaid public employees, and significant investment to aid the hemisphere’s second-poorest economy”, notes Felipe Cournoyer in Managua.

But Venezuelan aid is not charity. It is founded on mutual solidarity, expressed above all through the Bolivarian Alliance for the Peoples of Our America (ALBA). Chávez was ALBA’s prime mover.

In its 2008 program, Quebec’s new broad workers’ party, Québec Solidaire (QS), hailed ALBA as the kind of treaty that Quebec needs, one “based on individual and collective rights, respect for the environment, and a widening of democracy”. Indeed, ALBA, like QS itself, is based on defence of national sovereignty. Its core members, Bolivia, Cuba, Ecuador, Nicaragua and Venezuela, have swung into action against several rightist coup attempts – winning striking victories in Bolivia and Ecuador.

Responding to Simón Bolívar’s dream of sovereignty through regional integration, ALBA emerged from resistance to the blows of neoliberalism and US plans to impose “free” trade. As Paul Kellogg has written, ALBA is a “counter-hegemonic” approach to the processes of globalisation that have dominated the region for some decades.

The ALBA blueprint aims to conduct trade on the basis of solidarity, protected from the blows of the capitalist world market. True, ALBA does not go beyond capitalism. Nor has the revolution that Chávez led in Venezuela been able, so far, to overcome capitalist power in either the economy or the state bureaucracy. Yet Chávez framed ALBA as a road to “21st century socialism”. Certainly the growth of such a sovereign multinational alliance would improve the prospects of a future socialist undertaking.

Chávez spearheaded the development of broader instruments of regional unity: UNASUR (Union of South American Nations) and CELAC (Community of Latin American and Caribbean States). CELAC has united all states of “Nuestra América” in fraternal alliance, while excluding – to the joy of North American socialists – the obtrusive regimes of the United States and Canada. And Chávez reached beyond the continent, including by building a relationship with Iran in defiance of the US-led blockade.

The government in the country where I live, Canada, responded harshly to the Venezuelan people’s freedom struggle. Canada began subsidising the right-wing opposition to Chávez. It tried to counter Venezuela’s growing international influence. The media spread slanders that Chávez was a “dictator”. When Chávez died, Canada’s official reaction was seen by many in Venezuela as a calculated insult to his memory.

Yet as Maria Paez Victor, a Venezuelan-Canadian defender of the Bolivarian movement, reports, “whenever I have had frank conversations with Canadians about Hugo Chávez, the overwhelming reaction has been that of pleasant surprise”. Visitors returning from Venezuela report gains for the poor and marginalised, particularly in political leverage and self-government. Despite the blows of the old elite, a vibrant movement for socialism has come into being.

And this, according to Chilean writer Marta Harnecker, was “Chávez’s chief legacy”. He chose the term 21st century socialism so as not to “fall into the errors of the past” and the “Stalinist deviation”, she writes. Hugo Chávez has helped socialism begin to win a new and broader hearing from the world’s peoples.

Chávez: tribuna de los desposeídos del mundo

Por John Riddell

Repercusiones mundiales de la muerte de Hugo Chávez. Desde América Latina, América del Norte, Europa y Asia columnistas analizan el papel histórico del líder bolivariano a escala internacional.

Hugo Chávez no fue sólo un gran patriota bolivariano; él fue un defensor de los desposeídos del mundo.

En una conferencia antimperialista en El Cairo (Egipto) en 2007, escuché que Chávez fue elogiado por su solidaridad con los palestinos, calificado como “un mejor árabe que los árabes”; “más cercano a nosotros que los árabes que imponen injusticia”.

Chávez, el primer presidente latinoamericano en declarase a sí mismo de descendencia africana, proclamó en 2005: “Cada día somos mucho más conscientes de las raíces que tenemos en África”.

Bajo el gobierno de Chávez, Venezuela proporcionó a la sufrida nación de Haití petróleo subsidiado, infraestructura y el apoyo de la asistencia médica cubana. El embajador de Estados Unidos denunció en 2007: “Chávez está ganando amigos e influyendo en las personas a costa nuestra”.

“El presidente Chávez fue un amigo de la comunidad White Earth Nation… se preocupaba por los pobres”, dijo el líder indígena de Minnesota Erma Vizenor sobre su muerte. Venezuela donó combustible para cientos de miles de residentes necesitados en Estados Unidos y para pueblos nativos de todo el país.

La ayuda venezolana al pueblo ni¬caragüense incluyó “petróleo subsidiado –provisto a toda la región– ayuda para pequeños agricultores y empleados públicos de salarios bajos, y una impor¬tante inversión para ayudar a la segunda economía más pobre del hemisferio” (Felipe Cournoyer, Managua).

Pero la ayuda venezolana no es caridad. Está fundada en la solidaridad mutua, expresada sobre todo a través de la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (Alba). Chávez fue el primer motor del Alba.

En su programa de 2008, el nuevo partido amplio de los trabajadores de Québec, Québec Solidaire (QS), elogió al Alba como el tipo de tratado que Québec necesita, “basado en los derechos individuales y colectivos, el respeto por el medio ambiente y la ampliación de la democracia”. En efecto, el Alba, como el QS en sí, se basa en la defensa de la soberanía nacional. Sus miembros principales, Bolivia, Cuba, Ecuador, Nicaragua y Venezuela han entrado en acción en contra de varios intentos de golpe de Estado de la derecha, logrando victorias notables en Bolivia y Ecuador.

En respuesta al sueño de Simón Bolívar de la soberanía a través de la integración regional, el Alba surgió de la resistencia a los golpes del neoliberalismo y los planes de Estados Unidos de imponer el “libre” comercio. Como escribió Paul Kellogg, el Alba es una “aproximación ‘contrahegemónica’ a los procesos de globalización” que han dominado la región durante varias décadas.

El proyecto del Alba tiene como objetivo llevar a cabo el comercio sobre la base de la solidaridad, protegido de los golpes del mercado capitalista mundial. Es cierto que el Alba no va más allá del capitalismo. Tampoco la revolución que llevó Chávez en Venezuela ha podido, hasta ahora, vencer al poder capitalista, ya sea en la economía o en la burocracia estatal. Sin embargo, Chávez diseñó el Alba como una ruta hacia el “socialismo del siglo XXI”. Ciertamente, el crecimiento de semejante tipo de alianza soberana multinacional podrá mejorar las perspectivas de una empresa socialista futura.

Chávez lideró el desarrollo de instrumentos amplios de unidad regional: Unasur (Unión de Naciones Suramericanas) y Celac (Comunidad de Estados Latinoamericanos y del Caribe). La Celac ha unido a todos los estados de “Nuestra América” en alianza fraternal, excluyendo al mismo tiempo –para alegría de los socialistas de América del Norte– a los regímenes prepotentes de Estados Unidos y Canadá. Y Chávez llegó más allá del continente, incluyendo la construcción de una relación con Irán que desafía el bloqueo liderado por Estados Unidos.

El gobierno del país en el que vivo, Canadá, respondió con dureza a la lucha por la libertad del pueblo venezolano. Canadá comenzó subvencionando la oposición derechista a Chávez; trató de contrarrestar la creciente influencia internacional de Venezuela; los medios de comunicación difundieron que Chávez era un “dictador”. Cuando Chávez murió, la reacción oficial de Canadá fue vista por muchos en Venezuela como un premeditado insulto a su memoria.

Sin embargo, a pesar de los golpes de la vieja élite, ha nacido un vibrante movimiento por el socialismo.

Hugo Chávez ha ayudado al socialismo a empezar a ganar una nueva y más amplia audiencia en los pueblos del mundo.